El esqueleto de la Casa FRU ya estaba allí cuando llegamos. Imponente, se colocaba en la ladera como un mirador al que no le importaba ser visto. Ajeno a la normativa, creció sin límite ni respeto al lugar que lo acogía. La irreverencia a su entorno lo castigó durante años sin ser morada de nada ni de nadie, ahora, como (casi) todo, se le brinda una segunda oportunidad para volver a ser.
Es nuestras manos está re-habitarlo, reformar íntegramente su posición, tamaño y condición, y vincularlo al lugar de la manera más respetuosa posible.
Un proyecto basado en el derribo de su última planta, transformándola en un palco abierto que disfruta del escenario constante que ofrece la isla. Una transformación interna y externa que se abre al frente en todos sus recovecos ofreciendo al usuario un remanso de paz y un puñado de recuerdos de lo que algún día quiso ser y no supo.